La casa del árbol es la materialización de un deseo de aventura, de reconciliación con la naturaleza

Todos lo soñamos, lo diseñamos y lo anhelamos. Los más afortunados tenían uno. Sin duda, pocas personas pueden decir que la casa del árbol no era una de sus mayores aspiraciones de la infancia.

La casa del árbol es quizás uno de los primeros y más compartidos arquetipos de la arquitectura. Es el refugio de la infancia. Es un lugar seguro. Es el reducto donde sentirse independiente y mantener a distancia el mundo adulto. Es un lugar inaccesible suspendido entre el cielo y los árboles. Es escenario y proyección de aventuras sumamente emocionantes.

Una vez que los niños se hacen adultos, la casa del árbol a menudo se convierte en un recuerdo lejano o en un sueño incumplido. Entre todos los adultos, los arquitectos tienen un privilegio extraordinario. Pueden construir sus deseos de infancia.

Intentamos redescubrir a través de los pliegues de la memoria los momentos pasados imaginando cómo sería su refugio. Los arquitectos evocarán aquellos días dedicados a dibujarlo en hojas de papel. En consecuencia, a través del lenguaje y el conocimiento de los adultos, será posible volver a soñar con un mundo de silencio rozado por el viento y poblado por ardillas y pájaros. De hecho, la casa del árbol es más que un lugar. El refugio suspendido es más que espacio. La casa del árbol es la materialización de un deseo de aventura, un chorro de creatividad, una reconciliación con la naturaleza. Es un deseo de paz y serenidad con el que cualquier adulto en cualquier parte del mundo nunca ha dejado de soñar.